FiestasTendencias
Comida rápida: su historia y por qué es tan popular
En una sociedad que siempre lleva prisa y está ocupada todo el tiempo, estos alimentos son una alternativa de alta demanda, tanto que la comida rápida tiene su día. Aunque suena a algo moderno, ha existido por siglos.
Alexandra Zurita
Decir comida rápida es decir hamburguesas, pizzas, hot dogs, papas fritas, sándwiches y un sinnúmero de alimentos que tienen varias cosas en común: la rapidez de su preparación, la facilidad para llevarlos de un lado a otro, no necesitar cubiertos para comerlos, bajo costo y más.
Y su gran popularidad e inminente presencia en la vida de la gran mayoría hace que tenga su propio día en el calendario, celebración que surgió en los Estados Unidos, donde se encuentra la mayor industria de comida rápida en el mundo y cuyos restaurantes de este tipo tienen presencia en más de 100 países.
La comida rápida son los alimentos que se preparan con rapidez y se consumen en corto tiempo, generalmente en establecimientos de una estética definida y homogénea, sin meseros ni cubiertos, aunque también se puede encontrar en la calle y en puestos ambulantes.
Fast food en la antigua Roma
La industrialización, los cambios sociales, económicos y tecnológicos cambiaron el ritmo de vida en el mundo. Atrás quedaron las largas horas en los fogones, los almuerzos con sobremesa, las cenas familiares, la comida casera hecha con productos locales…
El mundo de hoy es de horarios apretados, multiempleo, interminables esperas en el tránsito y un ritmo de vida tal que tener tiempo para cocinar e incluso para comer es a veces un lujo. Y ahí la comida rápida brilla con luz propia.
Y aunque suena a algo de los tiempos modernos, lo cierto es que en la Antigua Roma había puestos callejeros en los que se ofrecían panes planos con aceitunas y en el Oriente Medio, falafel. En Pompeya se servían sopas de procesos cortos de elaboración, papas y verduras, acompañadas con frutas.
Según algunos, el primer restaurante de comida rápida data de 1765 en París, donde un señor Bulanger abrió un local con el nombre Restaurants, donde se hacían platos rápidos de bajo precio.
Otros señalan que el primer sitio apareció en Estados Unidos en 1867; otros, en cambio, apuntan que a fines del siglo XIX en Berlín existía un sistema que operaba de forma muy parecida a la que usan las cadenas de comida rápida.
Fue justamente eso lo que adoptó un negocio en los Estados Unidos en 1902, denominado como el primer automat, un local que ofrecía comida detrás de una ventana de vidrio y una ranura para pagar. Tuvo gran popularidad por su servicio y su eslogan de “Menos trabajo para mamá” y su éxito impulsó la aparición de las cadenas de comida rápida.
Antes de que las hamburguesas, pizzas y hot dogs reinaran en el mundo de la comida rápida, en el Chicago de 1893 apareció el cracker jack, una mezcla salada y dulce de canguil, melaza y maní. Los hermanos Frederick y Louis Rueckheim lo vendieron en la Feria Mundial y aunque la receta no era novedosa, sí lo era que dentro de cada caja que lo contenía había un premio y un paquete con un sello de cera. Para 1916 el cracker jack era el “snack” más vendido en el mundo.
De pequeños locales a grandes cadenas
El inicio de la comida rápida en dicho país fue con hot dogs, seguido de hamburguesas y pizzas. Se tiene registro de que en 1921 en Wichita, Kansas, Walter Anderson y E. W. Ingram abrieron el primer local de White Castle para vender hamburguesas a cinco centavos cada una.
Poco antes, Anderson las había vendido –junto con otros pocos productos– en la carrocería de un viejo tranvía en un cruce de vías de la misma ciudad, lo que hoy llamaríamos un food truck.
En 1939, el coronel Harlan Sanders abrió un restaurante en North Corbin, Kentucky, donde vendía pollo frito preparado con especias y hierbas aromáticas. Patentó la receta por su gran demanda y en 1952 abrió el primer Kentucky Fried Chicken en Salt Lake City, Utah. Esta es considerada la primera gran franquicia.
En 1940, los hermanos Richard y Maurice McDonald comenzaron su restaurante de hamburguesas en San Bernardino, California, y ocho años después incluyeron el servicio rápido a través de una ventana.
En los setenta, dos norteamericanos se asociaron para abrir el primer Hard Rock Café en Londres y vender la auténtica hamburguesa de estilo estadounidense en Inglaterra. Su éxito los llevó a expandirse a Canadá y, con el tiempo, a otros países y a constituir una cadena hotelera.
La primera bebida considerada parte del grupo de la comida rápida fue una hecha con jugo de frutas, agua con dióxido de carbono y ácido cítrico. Podría decirse que es la precursora de la Coca-Cola, pues se vendió entre fines del siglo XIX e inicios del XX.
Entre el auge y la polémica
La expansión de este lucrativo negocio alimenticio no ha estado exento del debate y la controversia. Mientras crecía significativamente hacia el mundo en el último cuarto del siglo XX –en Latinoamérica fue a partir de los años noventa–, el sector de la salud advertía de sus consecuencias negativas para el organismo.
Sin embargo, para 1951 ya había aparecido el término de comida chatarra, una forma en que se califica a este tipo de alimentos por sus altos contenidos grasos y poco saludables. Oficialmente, la definición se dio en 1972 cuando el científico estadounidense Michael F. Jacobson alertó sobre los peligros de estos alimentos industriales y altamente procesados: bajo valor nutricional, alta presencia de calorías, colesterol, grasas saturadas, azúcar blanca refinada, sal, harina blanca, aditivos, colorantes y conservantes químicos.
Es en los últimos veinte años en que más se han desarrollado estudios e investigaciones sobre los efectos de la denominada comida chatarra, apuntado hacia la obesidad, enfermedades cardiovasculares y diabetes, y asociándola con la depresión y la aparición de tumores cuando se trata de ultraprocesados.
Para algunas personas la penetración de la comida rápida, manejada por grandes multinacionales, amenaza la diversidad gastronómica mundial y por eso han surgido movimientos de «slow food» o comida lenta que defiende el acervo culinario, los productos locales, las tradiciones, la comida casera y el compartir de los alimentos en la mesa.
Pero no todo es malo
La valoración nutricional de la comida rápida depende de los productos, no todos son desaconsejables o poco saludables. Realmente, como en casi todo, es el consumo excesivo de esta comida lo perjudicial, la calidad de los ingredientes, ciertos tipos de preparación y el uso de aditivos y saborizantes.
Por ejemplo, la pizza –que pertenece al grupo de la comida mediterránea– tiene una base de hidratos de carbono, vegetales y proteínas. Combinada con ensalada y una fruta o yogur es una comida equilibrada, nutritiva y con aporte energético suficiente.
Las hamburguesas también cumplen un buen papel gracias a su combinación de carne, huevo, pan rallado y grasa, acompañadas de pan y vegetales. Los problemas con esta comida están cuando la carne tiene grasa excesiva y al acompañarla con papas fritas y gaseosa, como es lo habitual, se disparan los contenidos de calorías, grasa, azúcares y sodio.
Las papas fritas son de las comidas rápidas más populares. Son básicamente hidratos de carbono y grasas, con un aporte nutricional poco significativo y muchas calorías. La cantidad de grasa varía según el corte, pues mientras más finas son, más grasa absorben. Por ello, para acompañar una comida es mejor obviarlas y optar por ensaladas o verduras asadas o a la brasa, que aportan fibra, vitaminas y menos calorías.
Mucha de la comida rápida gana demasiadas calorías, grasas, azúcares y sodio al añadirles mayonesa, salsa de tomate, mostaza, salsas varias, queso fundido, chips crocantes de papa y más. Es mejor evitar todo eso para que no afecten el valor nutricional de la comida.
Por qué triunfa tanto
En países como el nuestro, donde la oferta gastronómica “al paso” es bastante extensa, al igual que en otros países latinoamericanos, las cadenas de comida rápida tienen una presencia indiscutible y surge la pregunta de por qué triunfan tanto si la oferta callejera es deliciosa y económica.
Por un lado tiene que ver con la estandarización de los procesos y las altas normas sanitarias que manejan las cadenas de comida rápida y, por otro, una respuesta de tipo cultural, pues el acceso a esta comida venida del extranjero está relacionado con un fuerte sentido aspiracional, especialmente en grupos socioeconómicos bajos y medios.
Y aunque esto se analizó en estudios de hace algunas décadas, es algo que sigue ocurriendo. Basta mirar la reacción del mercado local cuando recientemente abrió una cadena norteamericana de donas: largas filas de gente esperando a pie y en sus vehículos a toda hora por mucho tiempo y un par de cientos de personas acampando la noche anterior a la inauguración de su primer local.
Si no existe una condición médica que la prohíba, la comida rápida debe ser ocasional o muy moderada. Además, como siempre, hay que masticar bien cada bocado y tardar por lo menos 20 minutos en ingerirla para que el organismo pueda cumplir bien sus funciones. (I)
Alexandra Zurita
Periodista con más de 20 años de experiencia, 10 de ellos en contenidos gastronómicos. Sin recetas secretas frente al teclado, escribir nunca supo tan bien como ahora.